Etapa I. NACIONAL II, la carretera general.
Un poco de historia
El trazado de la carretera que vamos a degustar es parte del antiguo trazado de la carretera que unía Madrid con alguna de las provincias españolas y lo realizaremos en dos partes.
O mejor dicho, realizaremos el viaje en un sentido y el otro para poder descubrir sin apenas mirar atrás, cómo constatamos esa máxima a la que me he referido y que aun pareciendo una obviedad, está llena de significado: «No es lo mismo ir, que venir»
Por esta razón, como ya indicamos en nuestra anterior etapa, asistiremos a una aventura de ida y vuelta por la nostalgia
El trazado de las carreteras radiales responde a un determinado interés muy concreto que buscaba comunicar Madrid con, y que toma forma durante el último tercio del S XVIII.
En un minucioso y fundamental trabajo acerca del origen y antecedentes de esta nacional por la que viajamos («La N-II y sus precedentes camineros») Vicente Alejandre refiere cómo en el Real Decreto de 10 de junio de 1761 se ordenaba construir “caminos rectos y sólidos que facilitasen el comercio entre unas provincias y otras, debiendo comenzar por mejorar las comunicaciones entre Madrid y las regiones de Andalucía, Cataluña, Galicia y Valencia”
No mucho después, ya en 1833 la división territorial de Javier de Burgos, no haría sino asentar y culminar esa diferencia entre Madrid y Provincias a la que hicimos referencia.
En algún momento entre 1822 y esta año, era Calatayud la cuarta provincia aragonesa con lo cual, estaríamos atravesando si viajásemos en el tiempo, la provincia con ese nombre.
A lo largo de la historia habían sido varios los caminos que unían Zaragoza con el centro de la península, la gran ciudad del valle del Ebro tanto con Toledo como con Madrid, y que en época medieval fueron llamados caminos reales.
Un antecedente muy anterior, lo encontramos en la calzada romana que unía las ciudades de Caesaraugusta con Emerita Augusta, y que como veremos, deja su impronta en algunos de los municipios que atravesaremos.
Diferentes trazados que en algunas ocasiones se diferenciaban de la que sería precedente de la actual de modo que se desviaba en Alcolea del Pinar hacia Daroca, llegando a Zaragoza por el valle del Huerva.
Sin embargo, la naturaleza y posteriores decisiones hicieron que la ruta del valle del Jalón se convirtiese en el lugar de entrada de esta carretera a Aragón.
Es difícil separar, y en nuestro recorrido lo veremos, la línea del ferrocarril de Madrid a Zaragoza, con el trazado de esta carretera que en la mayor parte del trazado coincide de modo que atraviesan túneles o se asientan sobre puentes casi paralelos.
Como ya vimos en nuestra aventura por el trazado del ferrocarril de Utrillas, las líneas férreas por las limitaciones de su maquinaria, no permiten pendientes ni curvas tan extremas como las carreteras pensadas en principio para tracción animal, de modo que se ajustan todavía más al terreno sobre el que se asientan.
La línea Madrid-Zaragoza cuyos trabajos comienzan en la capital a mediados de S XIX, aprovecha la ventaja que le ofrecen los trazados naturales de los ríos Henares y después Jalón a cuyos cursos prácticamente se ciñe.
La carretera sin embargo, ya después de Guadalajara abandona el valle tras la capital, para encaramarse al páramo, y no será hasta ascender el alto de Alcolea del Pinar cuando se junta con el Jalón y el ferrocarril hasta pasado Calatayud en el trazado que recorreremos haciéndose compañía.
Comienzo de la aventura abandonando la autovía
En nuestro caso, vamos a saborear de esta aventura partiendo del extremo contrario, una mañana de octubre que huele a Otoño y que nos invita a dejar a un lado la rapidísima autovía para tocar la ladera por la que discurría la nacional.
Dejaremos a un lado El Frasno, un pueblo que emana aroma a puerto, a carretera vieja, de rancio abolengo, que trae a nuestro recuerdo al conductor impaciente maldiciendo a los lentos camiones que despacio despacito acometían sus cuestas…
Acostada sobre la sierra de Vicor queda algo apartada de la autovía que a partir de ahí discurrirá separada de la carretera que alcanzaremos un poquito más adelante cuando tomemos la señal que indica Aluenda.
A partir de ese momento en nuestro imaginario, el blanco se impondrá al azul en las señales, lo que nos indicará que estamos en el camino adecuado.
La carretera se pega como una curva de nivel más, formando parte de las laderas de esa sierra que invita a parar y disfrutar de la imagen entre cruel e impactante, que por una parte señala a lo alto, y por otra muestra los desmontes y los cortes en forma de cicatriz en la sierra misma que se realizaron para construir la autovía y que atraviesa por donde no es, un paisaje del que es difícil imaginar la belleza originaria.
Antes de alcanzar Aluenda, El Frasno continúa reclamando su apego a la carretera, de modo que a la vuelta de un recodo nos encontramos con un alto y un cartel que nos indica la llegada al alto y puerto de su nombre, que da la bienvenida orgulloso de sus 785m., 15 metros más, que su alter ego que un poco más abajo y con el mismo nombre pero diferente categoría, empequeñece hasta los 770m. a su paso por la autovía.
Cuando el alto queda atrás y comenzamos un suave descenso no podemos dejar de mirar cómo la montaña forma parte de nosotros a nuestra derecha mientras en el lado opuesto observamos el descenso pronunciado que se abre para llegar hacia esa autovía que hace que nuestro camino sea motivo de nuestra aventura.
Y mientras miramos a nuestra derecha no dejamos de encontrar pequeños espacios abiertos flanqueados por carrascas que con sus hojas quieren ofrecernos amparo, ya sea invierno o verano.
Estos improvisados balcones que se abren entre la carretera y la pendiente misma, nos invitan a parar, descansar y observar tomando asiento en unas moles de piedra que a modo de bancos y mesa nos hacen imaginar esos altos en el camino que antes recordábamos como parte de nuestro pasado.
Para poder respirar e imaginar más intensamente, rememoro aquellos tiempos de modo que me detengo echándome a un lado y abandonando el coche para fundirme con estos preciosos miradores y así poder observar, escuchar oler y en definitiva sentir.
Se distingue perfectamente cómo a nuestros pies la ladera continúa hasta llegar a divisar los camiones y automóviles que apresurados se dirigen en ambos sentidos a la búsqueda de un destino, mientras nosotros, en la soledad y la tranquilidad de la carretera olvidada podemos ver a lo lejos la silueta de Aluenda, ya esperando, curiosa y sorprendida de que alguien que no forma parte de su cada vez menor vecindario, haya tomado ese camino para apreciar lo que es, e imaginar lo que fue.
Sin embargo, una vez reanudado el camino algo me hace parar de nuevo y recrearme de nuevo en el pasado de este trazado y me ayudará para, en adelante, descubrir y valorar vestigios de antaño de la carretera general.
Cuando ya calculo que tengo que llegar a Aluenda la visión de dos estructuras metálicas en mi camino, una a cada lado de la carretera me causa sorpresa de modo que en cuanto me acerco y puedo detenerme, de nuevo aprovecho para descender de mi coche y ver ante qué me encuentro.
Ante mí, y en la margen derecha, una construcción que aunque no antiquísima, se ve abandonada y sola, lanza poderosa su nombre como queriendo ser todavía.
Como no queriendo ser Aluenda y tomando el nombre más notorio del puerto, se reclama ante nosotros la “Estación de Servicio El Frasno” entre los pinares que flanquea el viejo camino
Debió de ser una estación muy frecuentada por las dimensiones de lo que se levanta a ambos lados de la carretera.
De nuevo comienzo ese ejercicio que durante todo este trayecto realizaré varias veces y es el de viajar en el tiempo gracias a mi pensamiento y los recuerdos que viajes a Madrid y vuelta a Zaragoza antes de que la autovía fuese, despertarán en mí.
Aluenda
Reanudado el camino, ahora sí, Aluenda aparece fuera del trazado de la carretera como queriendo subir la montaña hacia sus picos más altos …
Una pequeña y escueta señal anuncia una pequeña localidad que desde hace mucho forma parte del término de El Frasno, que aunque no vaya a ser recorrido, impone su nombre y su impronta.
Un poquito más adelante y como un fantasma ante nosotros, un edificio de considerables dimensiones luce un cartel oxidado en el que se puede leer que fue un restaurante que de nuevo puedo imaginar repleto de viajeros, turistas y camioneros de paso por esa general que unía las dos ciudades más pobladas de España.
Cuando un poco más abajo tome una curva a la derecha para dejar atrás la población de nuevo veré por mi retrovisor otro bar, este menos demacrado que haciendo homenaje a la sierra toma su nombre para ponerse al cuidado de quien por allí pasase.
Echo mi coche a un lado y bajo para observar antes de marchar de qué modo más integrado en el caso urbano este bar-restaurante no muestra señales de estar abandonado desde hace tanto tiempo aunque de nuevo nos trae al pensamiento esa sensación de lo que tuvo tanto sentido y ya no…
Ya de nuevo en marcha, cuando el perfil de Aluenda todavía está a mi vista puedo divisar al frente sobre una elevación del terreno que después cae sobre el barranco, una pequeña y deliciosa construcción acompañada de árboles de diferente porte.
Kairós y un santo
De nuevo muestra deidad amiga, Kairós quiere hacer presencia en este viaje y lo hace en forma de preciosa ermita que, pegadita al cementerio, proclama la presencia de la localidad cuyos vecinos e historia les dan sentido a ambos.
De nuevo me detengo y desciendo del coche para ver cómo la ermita que honra a San Esteban, aparece entre esos árboles, entre los que destacan los erguidos y esperados cipreses, que ascienden queriendo llegar al cielo e indicando el camino a los mortales pecadores para que su alma no se eche a perder.
La sierra al fondo, bajo un cielo pintado al óleo en blancos y grises sin dejar lugar ni espacio al sol, nos regala una estampa bellísima.
Una vez me he recreado, avanzo un poquito más en mi recorrido y paro justo en el lugar para caminarlo y sentirlo junto a mí.
Hacia atrás, Aluenda, al fondo y no muy lejos, me saluda entre dos cipreses, reclamando su presencia mientras al darme la vuelta puedo ver como la ermita y el camposanto forman parte de lo mismo, comenzando el descenso hacia la ladera sobre la que el recuerdo de los que se fueron yacen formando parte de un romántico paisaje apartado de los mortales, del mismo modo que la carretera que disfrutamos fue apartada un día de la vida que era su razón de ser.
Continuamos descendiendo convertidos como en todo el tramo en una curva de nivel más sobre el terreno, recorriendo un bancal que en lugar de dedicarse a cultivos, se convirtió en un camino con vocación unificadora.
Llegando al final de un barranco que desciende de la sierra hacia la localidad de Paracuellos para acabar en el Jalón, encontraremos una curva cerrada para después remontar, camino del siguiente puerto.
Poco antes de llegar, al nuestra derecha se abre otro de aquellos balcones a los que hicimos mención, ya con bancos y mesa y una antigua fuente esculpidos en piedra que de nuevo es una invitación al reposo y al descanso.
Cuando ya el alto está a nuestro alcance, una figura que llevamos divisando desde hace ya unos kilómetros, aparece ante nosotros en toda su dimensión.
Es un icono, un símbolo… se trata de una imagen que se encuentra en la retina de todos aquellos que surcaban las carreteras ya fuese por trabajo, por placer, para hacer turismo o simplemente para moverse de un lugar a otro.
El toro
Se trata de la figura del Toro… negro, imitando al azabache…. Siempre en lugares desde los que recorta el horizonte para remarcar su impronta hasta llegar a convertirse en un elemento sin el que muchas de nuestras carreteras no serían ya lo mismo.
Su origen se remonta a finales de los años 50 cuando la marca Osborne, lo utilizo de valla publicitaria cuando estaba realizado en madera y su tamaño no era el actual.
En los años 60 su material y su tamaño cambiaron hasta ser realizados en chapa metálica y llegar a los casi 15 metros de altura que le permitieron convertirse en lo que es hoy en día.
Por razones legales se retiró su nombre de modo que lo que nos queda es lo que a este humilde relator, más le gusta y más le habla que es la figura de un animal imponente, precioso, que representa cultura y tradición mediterránea y no tanto, alcohol, fiesta y folclore.
Nada más pasar el toro que lleva ya un tiempo observándonos, miro hacia atrás para ver cómo la perspectiva que como dijimos es diferente si se va o se viene, hace que el toro nos anuncia una cosa u otra.
Y si precisamente ese toro se mantiene en el lugar, será seguramente porque la autovía en su nuevo trazado permite su visión perfectamente de modo que su esbelta figura una presente y pasado en su camino a Madrid, o su camino a Zaragoza.
Llegamos entonces al alto coronando el puerto de Cavero que nos grita sus 765m. lo que nos muestra cómo hemos ido descendiendo un poquito desde que abandonamos el azul de la autovía, y remontamos el Frasno,
Será entonces cuando en ese momento y lugar acabemos la etapa de hoy.
Reteniendo en la retina imágenes y recuerdos agolpados por igual, quedaremos con la vista puesta en un valle que se abre ante nosotros y que nos llevará a Calatayud descendiendo como se hacía antaño.
Esperaremos a que te subas a nuestra aventura para seguir compartiendo juntos este viaje por la nostalgia…