Etapa II de nuestro viaje de ida y vuelta por una carretera histórica
Continúa la aventura slow driving mirando a la autovía pero dejándola a un lado
Todavía sintiendo la presencia de ese mito hecho animal, en el que acabó nuestra anterior etapa, atravesamos el puerto de Cavero que hace de frontera entre un paisaje y el otro…
Ducere Lente seguirá discurriendo por esa carretera pegada a las laderas del monte y al paisaje, de modo que al llegar a la cumbre la tierra se abre ante nuestros ojos mostrando un valle abierto por dos ríos al finalizar las últimas estribaciones de la Sierra para descender vertiginosamente a la desembocadura del río Jiloca en el Jalón.
En ese momento la carretera ha de dejarse abrazar un instante por la autovía que llega por su derecha para en cuanto esta se descuide, abandonar su trazado para comenzar un pronunciado descenso precipitándose hasta Calatayud.
Entones el trazado es casi paralelo pero mientras la autovía desprecia a la ciudad milenaria nosotros siguiendo el camino que es nuestra razón de viajar acabaremos hasta formar parte de sus calles mismas…
Calatayud como antaño
En el momento que dejamos la autovía para lanzarnos por el tobogán de Marivella, observamos como en lo alto, encaramada en un cerro y casi partida por el corte que la autovía hizo a la tierra, la ermita de San Cristóbal nos ofrece su protección y apoyo como a todos los conductores.
Es en realidad una construcción de reciente factura que sustituye a la otra ya en ruinas y que se hallaba no lejos del lugar vigilando también a los conductores que por allí transitaban.
El patrón de los conductores no en vano, tiene varias ermitas y lugares a los que encomendarse a su divinidad, jalonando las carreteras españolas, y esta antigua carretera general, no podía ser menos.
Iniciamos el descenso teniendo que ser conscientes para no abalanzarnos sobre la carretera pues la pendiente es muy pronunciada, y casi tenemos que usar a fondo el freno para admirar un cartel a nuestra derecha que anuncia un parador donde pasar la noche o comer si fuese necesario.
El parador de Sigüenza curiosamente está ya fuera de la carretera misma de modo que habrá que desplazarse unos kilómetros siguiendo paralelo el trazado del ferrocarril que sí que hace parada en esta pintoresca e histórica ciudad.
y Bílbilis nos aguarda
Pronto veremos en el horizonte, bajo el escarpe donde se hallaba la romana Bílbilis, la ciudad imponente de Calatayud, que nos aguarda al fin del descenso mostrando su impresionante patrimonio en forma de castillo, iglesias y torres que apuntan al cielo hasta casi tocarlo.
Esperando encontrar el río Jalón para unirnos a él y a la vía férrea, o quizás al Jiloca que desemboca en la misma ciudad, será otro cauce el que nos sale al paso para recibirnos y contarnos que a remontando su curso pueden vivirse interesantes y bellas aventuras que huelen a vino y a literatura.
El río Peregiles invita a seguir su camino de modo que la carretera lleve al pueblo natal de Baltasar Gracián, Belmonte, y podamos llegar a la célebre Cariñena en la que poder degustar su tierra a través de sus vinos.
Pero Calatayud también es vino… y fruta y chocolate…
Y sobre todo es historia, historia e historias y pasado y presente que se unen haciendo que a partir de este momento vayamos viendo como el río Jalón hace de nexo de unión entre unos tiempos y otros conduciéndonos por un camino en el que se cruzan aunque casi no interactúan tren pasado y tren presente, carretera y autovía.
Cuando ya nos sentimos en la ciudad misma, un cartel que sabe añejo y que no será el último seguramente, nos recibe para explicarnos que hace tiempo, aun no estaríamos en esa ciudad que nos esperaría a tres kilómetros.
Me Paro, y miro y al observar, puedo ver cómo junto a la señal al fondo aparece un puente que soporta la línea del AVE y que anuncia esa mezcla de diferentes épocas a la que hemos hecho referencia.
Tras atravesar espacios que nos hablan de nuevos tiempos a través de industrias, centros comerciales y rotondas, llegaremos pronto a una gran avenida en la que su plaza de toros nos recibe para invitarnos a recorrer lo que ahora es la NII-a hasta atravesar su callejero y continuar ya pegadita al río y al ferrocarril.
Ya desde lo alto, al ir descendiendo tras dejar a un lado la ermita de San Cristóbal, hemos visto la silueta y el porte de Calatayud que habla de una ciudad de unas dimensiones destacables, pero sobre todo de un rico pasado histórico que se plasma en diferentes construcciones de diversas épocas, que fueron dejando huella haciendo de la ciudad lo que es hoy.
Cuando avanzamos por la avenida que fuese la antigua carretera nos sumergimos en un tramo de la ciudad llena de vida y que podemos imaginar flanqueado por posadas, paradores y ventas para dar reposo y descanso a todo aquel que por allí viajase.
Calatayud
Calatayud desciende como su historia, desde las ruinas romanas allá en lo alto compartiendo espacio con el castillo, hasta que se va precipitando la Calatayud antigua, medieval y moderna donde su colegiata, iglesias y torres tratando de rivalizar con Bílbilis, forman una amalgama que se acerca al curso del río.
La carretera se adapta al callejero y al valle de modo que vamos discurriendo dejando a un lado el casco antiguo y al otro el Jalón y las vías férreas hasta que tropezamos con el río y giramos bruscamente para no turbar su vega y la vida que al amparo de su cauce emana en forma de vegetación y de cultivos.
Mientras avanzamos vemos cómo al frente, la ciudad se sube a su escarpe y de nuevo la carretera ha de tomar otro rumbo justo en un punto en el que a nuestra derecha podemos observar y disfrutar de la vista de una preciosa puerta de considerables dimensiones que invita sin duda a acceder a la Calatayud antigua.
Se trata de la puerta de Terrer, que nos aventura la primera localidad a la que llegaremos cuando continuemos camino después de haber descendido del coche para admirarla, altiva y monumental mostrando sin duda la enjundia de la ciudad al caminante o viajero que a Calatayud accediese por la misma.
Construida allá por el SXVI forma parte del recinto amurallado de la ciudad y se levanta poderosa con sus dos torreones circulares unidos por un arco rebajado.
No es difícil dejarse llevar por la imaginación para proyectar en nuestra mente escenas de caballeros, caminantes o diligencias, atravesándola en busca de cobijo entre las murallas de la ciudad…
Lo que resulta más curioso es pensar, y quizás recordar, como no hace tanto tiempo, el conductor que atravesaba la nacional II al volante de su coche, de un camión grande y pesado o como pasajero de un autobús de línea, pasaba por delante de la puerta en su camino a Zaragoza, puesto que la ahora denominada N II-a y antigua general, aun a principios de los años 90 topaba con la puerta misma en ese punto antes de inaugurarse la autovía a Aragón.
Todavía en la memoria de los que dejamos de ser jóvenes, queda la imagen de atascos interminables llegando a Calatayud que nos recibía con la puerta al fondo, ante la cual la carretera giraba para esquivarla.
Mudéjar, fruta y chocolate
Cuando nuestro pensamiento recobra el presente, continuamos por la carretera que ajustada al escarpe irá en busca de la localidad de Terrer que da nombre al monumento que acabamos de dejar a la espalda.
Llama poderosamente la atención de qué forma el paisaje ha cambiado modificando totalmente las sensaciones que nos produce la carretera.
A la izquierda se abre la vega del río Jalón que recibe a su gran afluente, el río Jiloca, que al llegar hasta aquí es portador de esencia y aromas de la Sierra de Albarracín donde nace, y de mezcla, fantasía y conviencia representado en el arte mudéjar, especialmente desarrollado en las poblaciones que atraviesa su cauce.
Al llegar a Terrer será precisamente una humilde pero preciosa torre mudéjar en su parte inferior, lo que más sobresale de su caserío y nos empuja a hacer un alto para que respiremos historia.
Terrer
Terrer cuenta con antecedentes celtíberos y romanos, nos habla de guerras sertorianas y aparece en el recorrido del itinerario llamado Alio itinere ab Emerita Cesaragustam 369, recogido en el Itinerario Antonino, un documento de la Roma antigua que refería las diferentes rutas del imperio romano.
Y es que vemos como desde antiguo, Terrer es camino; un camino esculpido por el curso de un río y que el hombre entendió como tal.
Continuaremos nuestro recorrido viendo cómo la carretera sigue ajustándose a la tierra y a las curvas, pendientes y formas modeladas por los miles de años que antes fueron testigos de la llegada de la población y sus asentamientos.
De este modo, la vía por la que nos desplazamos continúa adhiriéndose al escarpe convirtiéndose en límite y frontera entre el blanco y marrón del mismo, y el verde de la ancha vega del Jalón por dónde como veremos, irá discurriendo junto al río, las otras formas de camino de aquellas y de esta época.
De repente, mientras vemos cómo a nuestra derecha van surgiendo pinos que salen a nuestro encuentro ocupando lo que eran yesos y tierra, vemos en el horizonte, una línea que lo rasga, y que nos traerá a la memoria la experiencia vivida en una de nuestras rutas anteriores.
Un viaducto de gran longitud, aparece a nuestra izquierda para soportar la vía que saliendo de la montaña, recorre al valle en forma longitudinal para verlo desde arriba, mientras podemos observar un AVE volando sobre todo para hacer honor a su nombre.
Como ya comentamos, una de las características del AVE es que la vía por la que discurre veloz y distante, siempre encuentra un motivo y una forma de enfrentarse a la tierra y no cejar en su empeño.
La naturaleza en forma de montañas, valles y ríos, con sus pendientes y curvas, es combatida y menospreciada en forma de túneles, puentes, viaductos como este, que permitan que las prisas se antepongan a todo.
Cuando aun tenemos en la retina el espejismo de un tren que en un segundo pasa ante nosotros, volvemos a la carretera general para dejarnos guiar por esos pinos que han salido a nuestro paso para guiarnos hacia el encuentro con la antígua línea férrea con la que llegaremos de la mano a Ateca.
Ateca
El tendido y los raíles del ferrocarril anuncian la llegada a una bonita estación que dejaremos a la izquierda mientras avanzamos hasta llegar hasta la población que la carretera parece querer atravesar por el medio
Cuando sobre nosotros aparezca la imagen de dos preciosas torres en lo alto tendremos que aminorar más todavía la velocidad para poder recorrer con la mirada todo lo que el frente nos depara que es Ateca misma, tratando de contarnos cosas.
Una de las torres, la que vemos más cercana, con dos partes diferenciadas nos anuncia de nuevo el poderío del mudéjar en la región y muestra un gran reloj de factura más moderna. Detrás de ella, construida en el mismo estilo, otra torre que junto a la primera parece ejercer magnetismo de modo que la carretera parece avanzar hacia ellas.
Entonces, ante nosotros, encontramos un puente que permite atravesar un río que a punto de llegar al Jalón, se cruza ante nosotros.
El Manubles es el río de más porte que recibe el Jalón por su margen izquierda y al igual que el Isuela y el Aranda que ya nos acompañaron en una aventura, nace en tierras sorianas para hacerse aragonés y enriquecer al afluente del Ebro.
Justo al encarar el puente, la carretera hace un viraje a la izquierda de modo que lo que parecía que iba a ser un trazado acabado en las dos torres, esquiva el trazado de la población antigua que no soportaría el paso del tráfico que hasta 1991 lo recorría al paso de la localidad.
Un poco más adelante encontraremos a la izquierda una de las señas de identidad de Ateca y de la comarca misma.
Chocolate…
Cuenta la población con importantes compañías productoras de chocolate y derivados que se han convertido en leyendas mismas haciendo que la palabra “Huesitos”, no nos inspiré otra cosa que no sea una barrita de chocolate y barquillo que en los años 70 se popularizó con rapidez.
La empresa que desde mediados de S XIX, elabora este preciado producto, encuentra no lejos de aquí, el origen de la elaboración del chocolate.
Y tampoco lejos de donde estamos, se unirá al curso del Jalón el río Piedra, que da nombre al mítico Monasterio cisterciense y que viene más a la mente por sus paradisíacos parajes naturales, que por su arte e historia misma, siempre ninguneada u oscurecida por las cascadas y fantasías que la naturaleza obró a su alrededor.
A su interés artístico e histórico se une un pasaje de nuestra historia que habla de oscuros secretos… de América, tradición y gastronomía en estado puro en forma de un elemento como el chocolate… placer, suntuosidad y hasta pecado mismo.
Pero esta pecaminosa historia será otra a descubrir…