Lo desconocido puede ser muy bello.
Retomamos la aventura en el momento en el que venimos de las altas Cinco Villas cuando habíamos descubierto cómo a lo lejos, el Castillo de la Sora se había dibujado en el horizonte creando una poderosa atracción hacia mí, y haciendo que en cuanto pude, me plantease desafiar las vías de comunicación contemporáneas huyendo de lo habitual, en busca de aquel vigia.
Es un ejercicio casi detectivesco encontrar la carretera que conduce a Castejón desde Ejea…
Una pequeña señal al inicio del desvío nos anuncia nuestro destino.
A diferencia de aquella A-1204 que lleva desde Luesia a Ejea, y que es camino natural para llegar a la villa o a Zaragoza, la carretera que ha de llevar desde Ejea hasta El Castillo de Sora, la A-1102 tan solo conduce a Castejón de Valdejasa, es decir, no es una carretera de paso hacia ningún sitio concreto de modo que tan solo los habitantes de esta pequeña localidad o aquellos amantes de la belleza oculta como nosotros tomaremos este camino.
Esto le confiere un carácter especial así que a los ojos de Ducere Lente es motivo para hacernos vibrar por que refleja el carácter y espíritu de los amantes del slow driving.
Dejamos el trazado antiguo de la carretera A-127 que une Ejea y Zaragoza para tomar el desvío hacia Castejón de Valdejasa ante una señal que indica que son 23 los km. Que separan ambas localidades.
Avanzamos por un paisaje salpicado por torres con nidos de cigüeñas que nos saludan en nuestra aventura por una vía que quien lo diría, está llena de historia y de historias…
Nadie diría ante tal abandono, que esta vía era la que en tiempos del emperador Augusto unía Caesaraugusta y Pompaelo, y que posteriormente tras haber sido frecuentada por las legiones romanas, sería el trazado habitual por el que discurrirían las tropas bereberes en su conquista peninsular o incluso el ejército de Carlomagno antes de ser derrotado en Roncesvalles…
Miles de años nos contemplan y dan así sentido a esa atalaya que no hemos dejado de tener en nuestro horizonte desde que bajando de las altas Cinco Villas apareciese ante nuestros ojos.
Como ocurre con tantas y tantas carreteras, llega un momento que no son ni sombra de lo que fueron, cuando nuevos trazados impulsados por nuevas necesidades o simplemente por decisiones políticas o estratégicas, un día dejan de ser necesarias…
Pero esto dará para capítulos y aventuras aparte como veremos próximamente.
Al comenzar el trayecto, vemos ante nosotros la doble barrera tras lo cual no nos interesa lo que haya….y formada por la silueta del Castillo y detrás, unos montes salpicados de pinos que nos esperan seguro que intrigados por nuestra aventura.
Matorrales, ocres, blanco…. De vez en cuando encontramos cultivos que anuncian la presencia del hombre y así, la búsqueda de vida… Esta serpenteante carretera discurre por un erial entre paisajes lejanos pero reconocidos y basta con parar un momento y mirar alrededor para ver cómo Ejea, Tauste, el Moncayo o las Bardenas nos observan a lo lejos rodeándonos.
Y al llegar al escarpe, cuando el Castillo de Sora está ya ante nosotros, paramos, miramos, nos echamos a un lado, descendemos del coche y sin que prácticamente ningún otro vehículo nos rebase o nos lo encontremos de frente, disfrutamos y descubrimos cómo se mimetiza con su entorno de forma extraordinaria y totalmente camaleónica…. Sobre su estructura y cimientos formados por las propias laderas de yeso, parece querer destacar reclamando su presencia y su importancia… la que tuvo en el pasado y la que desearía volver a tener.
Respiramos y sin dejar de observar podemos trasladarnos a aquellos momentos en el que este camino gozaba de esplendor…
Una vez reanudado el camino y tras dejar atrás a nuestro guardián, las primeras estribaciones de los montes nos reciben, y entonces la carretera ha de adaptarse huyendo de las pendientes y ante nosotros se despliegan nuevos colores…
Al blanco y al ocre, se une el verde de los pinares… y… el cielo…en su inmensidad y en su infinita capacidad para ser de una y mil formas.
Una de las experiencias más gratificantes y sorprendentes que tiene hacer las cosas con plena conciencia, y esta aventura es ejemplo de ello, es que según el momento, y las circunstancias, tanto del entorno como nuestras personales, nos aportarán y enseñarán diferentes emociones y estímulos.
En el tema que nos ocupa los colores y sensaciones dependerán del día, el momento del año y por supuesto de la caprichosa y maravillosa forma y color que el cielo adquiera a la hora de recibirnos en nuestro viaje.
Al amanecer, al atardecer… En un día lluvioso o cálido y despejado, en todas estas diversas circunstancias, el cielo jugará con sus elementos para enviarnos colores, olores y emociones según juegue con las nubes, el sol, el viento… o la luna y las estrellas si el camino se realiza por las noche… con todo esto se nos mostrará de una o de otra forma dibujando nuestros recuerdos de una o de mil formas diferentes.
Nos sentiremos dichosos cuando sepamos que la actual carretera A-1102 que une Ejea y Villanueva de Gállego a través de Castejón, es algo bastante reciente, puesto que esta vía entre Ejea y Castejón no era más que una pista sin condición de carretera como podemos ver en las fotografías de los mapas de carreteras anteriores al 2004, y es solo a partir de esta fecha cuando se abrió la vía que recorremos.
Avistando ya Castejón, una hilera de cipreses nos recibe, trasladándonos a la condición de calzada romana, y salpicando su entorno, carrascas, sabinas, algunas merecedoras de la consideración de árbol monumental, con la condición de árboles singulares de Aragón.
Una vez tras haber recibido el trazado de la más antigua carretera que llega desde Tauste, la Ermita de Santa Ana nos contempla y da la bienvenida a la población.
Es esta una localidad aparentemente anclada en el pasado, en una especie de tierra de nadie entre Sierra de Luna, Ejea, Tauste y Villanueva, que desde hace tiempo se ha hecho con un nombre y un título relacionado con una suculenta receta gastronómica, que lo pone en relación con una de las especies que recorren sus montes… el conejo.
Este manjar se prepara desde los años 50 del siglo pasado siguiendo unos cánones que se se ponen de manifiesto en la Fiesta del Escabechado que desde hace tiempo se celebra en la localidad.
Hoy en día, el mencionado Castillo de Sora, la Ermita de Santa Ana y la Iglesia parroquial de Santa María la Mayor, de factura mudéjar, han de rivalizar con dicha fiesta para ver qué elemento goza de mayor reconocimiento en su ansia de ser el mejor embajador de la tranquila localidad cincovillesa.
Tras un paseo sosegado y tranquilo continuaremos camino intrigados y ávidos de sorpresa, ante el cambio brusco de paisaje que aventura el recorrido de la carretera y que ya aventuraba esa barrera montañosa que desde el comienzo del trazado se mostraba ante nosotros invitándonos a ir hacia ella.
La Carretera se estrecha y avanza en pendiente entre pinares y barrancos. Es otro marco, otro mundo, otra forma en la que la naturaleza nos habla.
Es algo humano e instintivo, querer ascender para saber lo que nos espera al otro lado…
Es algo que sale solo y tenemos que ser fieles a nuestra forma de hacer las cosas y de pensar, para poder disfrutar metro a metro, vista a vista, barranco a barranco.. de lo que este trazado nos ofrece…
Y doy fe, de que no tardamos en obtener nuestra recompensa.
En uno de los tramos que remontan, a nuestra izquierda, aparece un ejemplar de carrasca majestuoso, impactante en uno de los barrancos…
De nuevo un vigilante, un vestigio, un elemento guardián como fuera aquella atalaya, que parece saludarnos y que nos impulsa a parar, observar y degustar.
De nuevo el Dios Kairós que me visitó kilómetros atrás, hace presencia para mostrar que lo sencillo es bello, que lo que aparece ante nosotros sin avisar y sin anunciarse de ningún modo puede reportarnos algunas de las experiencias más inenarrables.
Se trata de un momento, de un solo instante que de haber conducido velozmente no hubiese ocurrido.
Una vez apartado nuestro vehículo con cuidado en esta ocasión, debido a la estrechez y sinuosidad de la carretera, podemos descender, y fundirnos con ese paisaje, con ese elemento natural que aparece ante nosotros reclamando nuestra atención y desafiando lo que más adelante nos espera.
Sabemos que un poco más adelante alcanzaremos la cima…. El camino lo adelanta…
Cuando hayamos disfrutado del momento y de la experiencia que lo anodino nos ofrece durante el tiempo que estimemos, seguiremos camino y encontraremos lo que es ya esperable.
No por imaginable menos bello e impactante, eso sí.
Ante nosotros, al coronar el alto de San Esteban a 700m. Sobre el nivel del mar, Aragón aparece a nuestros pies con un desnivel de 500m. hasta el valle excavado por el Ebro a su paso por la gran ciudad.
Una vez que de nuevo nos vemos obligados a olvidar nuestro vehículo para mimetizarnos con el entorno, observamos y disfrutamos del paisaje y la realidad a nuestros pies…
Formando parte de las estribaciones de los altos de Castelar, con los montes de Zuera tocando nuestros pies y creyéndonos grandes por todo lo que nuestra mirada consigue abarcar, podemos ver hacia el norte los Pirineos con las cumbres nevadas al fondo, adivinando la Hoya de Huesca anticipándolo todo…y el Gállego y su valle que desciende de estos montes para alcanzar Zaragoza, que aparece también bajo nosotros como destino y final del camino.
Cuando descendamos despacio y de nuevo disfrutemos de cada matiz, curva y recta que aparece ante nosotros, llegaremos a la llanura del valle del Gállego en el que observaremos un oasis llamado las Lomas….. un enorme vergel en medio del erial que da sentido a las palabras de aquel Gran hombre al que ya hicimos referencia cuando decía…”Y donde hay agua, una huerta….”
y siendo fieles a nuestro espíritu, nos quedaremos aquí… sin avanzar, sin correr, sin querer llegar.
Solo invitaremos a recorrer esta carretera fuente de emociones en otras ocasiones e incluso de noche, para dejarnos obnubilar por la luminosidad y magia de una Zaragoza a la que será mejor no llegar para disfrutar mejor de ella y su luz.
Y esto si deseas, será tan solo el comienzo….
Animamos a que cada tramo, cada carretera, cada momento que a veces recorremos sin pensar sea susceptible de ser observado y sepamos dejar que nos hable y nos cuente sus historias para hacerlas nuestras.
2 thoughts on “Conducir disfrutando… descubriendo la belleza de lo desconocido”