En Ateca son numerosos los recuerdos y vestigios de la antigua Nacional II que no hace tanto unía Zaragoza con Madrid atravesando el pueblo.
En el trazado de lo que era esa carretera y uniendo dos muros desnudos, una puerta ante nosotros muestra una hermosa decrepitud a través de unos hierros forjados que ya no protegen nada, y que ve cómo la vegetación ha crecido como queriendo ocupar su lugar borrando pasado e historias.
Como ya ocurriese en alguna aventura pasada, de nuevo resulta reconfortante que a veces el abandono y la desidia no acaban con la belleza si no que incluso la aumenten.